Blogia
Néstor Mas

ASCENSORES

Sábado. Tres de la mañana. Insomnio. Almohadas demasiado duras. Demasiado blandas. Varios pilotitos luminosos en de la oscuridad de la habitación. Estrellitas en el cercano firmamento del desasosiego. El reloj digital impertérrito, tenaz. El “estanbai” del televisor. Del monitor del PC. El interruptor luminoso de la regleta de enchufes bajo el escritorio. La pantallita iluminada del celular que transmite ondas de radio anodinas, insustanciales. Vuelta uno. Demasiada luz. Vuelta setenta y dos. Demasiados sapos.

Si pudiera, tomaría el ascensor y se acercaría a una librería. Se perdería entre sus estanterías y, encontrado el volumen deseado, regresaría al insomnio. Soñaría leyendo. Por qué no una librería de guardia abierta las veinticuatro horas del día. Existen kioscos que no cierran de noche.

“Hay insomnios que necesitarían una dosis de ansiolítica narrativa. Insomnios que merecerían unas píldoras de retórica metafísica. Otros a los que con tres gotitas de esencia de poema les bastaría”, pensó.


“La cuestión: existe una necesidad”, concluyó.

Se levantó de la cama y buscó su dietario. En la hoja del primer día hábil de la semana escribió:

“Quiero una librería de guardia. Con quién hay que hablar.”

Leyó soñando.

1 comentario

ana a. -

Me gusta.
Mucho.