ASCENSORES II
En la puerta del ascensor de su escalera, justo en el cristal biselado del centro y a la altura de los ojos de una persona de estatura media, había pegada una nota. Estratégicamente colocada. Imposible no verla. Uno de esos “post-it” amarillos y adhesivos. Con un mensaje:
“TriniA las ocho en punto en el Reina Victoria Adán y Eva empieza `y´ media. Perdí el móvil.
Besooooooo
Javi”
El texto estaba inscrito en un dibujo –un personajillo narizotas que sujetaba un cartel con el aviso, sobre el que colgaba su gran nariz -muy simpático. El mensaje, lo entendió en seguida. Conocía ese teatro, la obra, que le estremeció, y el texto con el que Mark Twain le había ayudado alguna noche a espantar los sapos que pueblan el insomnio. Aquél que acababa con un epitafio en la tumba de Eva:
“Adán:allá donde ella fuera
estaba el Edén.”
Pero esa historia ya la conocía. En esa primera lectura le interesó más la trama de detrás, la que había dado lugar a la nota, la que había desencadenado los hechos, la relación entre los personajes.
No pudo evitarlo. Les inventó vidas y se las calzó como si de unos cómodos mocasines se tratase. Quiénes eran. Qué aficiones tenían. Cuáles eran sus gustos. Con qué música le gustaría adormecerse a ella. En qué piso de su misma escalera viviría. Y él, qué perfume llevaría puesto para acudir a la cita. Habría perdido el móvil, o se lo habrían sustraido, y fue aquélla la única forma que tuvo de avisar a Trini. Como antaño, cuando no existían los móviles y el mundo no se derrumbaba por ello, pensó.Había visto esa nota cada vez que cogía el ascensor durante los dos últimos días, añadiendo siempre un matiz nuevo a la hipotética historia de Trini y Javi. Ese tercer día a primerísima hora, cuando se disponía a encaminarse a la librería más cercana, todavía con la resaca del insomnio, se volvió para comprobar si seguía en su sitio, después de cerrar la puerta del ascensor a sus espaldas. No la vio. Dedujo entonces un definitivo final para la historia: ella la había encontrado, y después de leerla decidió quitarla de allí. ¿Pero por qué habría tardado dos días en hacerlo? ¿Se habrían encontrado? Salió a la calle.
Cuando apenas había caminado unos cuantos pasos sobre la acera, observó que algo colgaba de la suela de su zapato: un papel amarillo. Se agachó y comprobó que era el “post-it” que no había visto segundos antes. Tal vez se había despegado de la puerta del ascensor y vuelto a adherir, desde el suelo, a su zapato. Lo cogió, y sin querer deshacerse de él, se lo metió en el bolsillo, en el mismo que minutos antes había colado otra nota roja, en la que levaba escritos los datos del libro que quería comprar. A la vuelta a casa lo colocaría de nuevo en su lugar.
En la librería, y después de no localizar la vieja edición que estaba buscando en las estanterías, se acercó a uno de los dependientes. Uno que estaba tras un pequeño mostrador, frente a un ordenador en cuya base de datos se suponía que figuraban todos los volúmenes disponibles.
- Buenos días. Estaba buscando esto, ¿puede ayudarme?- le dijo, mientras le entregaba la nota en la que tenía anotados el título y la editorial del deseado libro.
Cuando ya el papelito estaba en las manos del dependiente, comprobó que la nota del ascensor se había vuelto a adherir dentro de su bolsillo, en esta ocasión al reverso de la nota roja. Qué más daba, no sintió ningún pudor por ello.
El dependiente procedió a mecanografiar con una sola mano –en la otra sostenía la nota roja, o mejor, las dos notas contrapuestas- el título del volumen en el teclado. Después, en las décimas de segundo que tarda el ordenador en hacer su trabajo y en un acto reflejo, dio la vuelta a la hojita. Al ver el “post-it” amarillo, abrió sus ojos, hasta el punto de parecer que se le iban a salir de las órbitas, y atónito dijo:
- Me llamo Javier y esta nota la he escrito yo.
1 comentario
ana a. -
La vida y sus azarosos azares. Pura magia.